sábado, 1 de noviembre de 2008

Desafíos éticos a las Iglesias 4-09-06


Desafíos
éticos a las Iglesias


Después
de haber participado e intercambiado opiniones, ideas, reflexiones
durante el tercer curso realizado en el mes de agosto: “Tiempos
de cambios profundos, desde una ética cristiana. Nuevas
figuras, nuevas imágenes”; quedaron flotando una serie
de interrogantes que se podrían resumir en una sola pregunta:

¿Cuáles son los problemas de la vida de hoy que nos
lleva, como iglesias cristianas a plantearnos la necesidad de
resignificar una mirada desde la ética?


Daniel
Jones, uno de los expositores nos decía acerca de:


Estigmatización
y discriminación
:


La
estigmatización y la discriminación son procesos
sociales en los que se construyen sentidos desiguales sobre ciertas
personas y se las excluye mediante distintas prácticas
sociales. El estigma es un determinado rasgo físico
identitario y/o de comportamiento de un individuo, que lo marca y lo
desvaloriza socialmente. Un individuo estigmatizado es considerado
socialmente como inferior, despreciable o peligroso, se cuestiona su
dignidad personal y/o se avasallan parcial o totalmente sus derechos.


Muchas
veces involuntariamente participamos de la estigmatización y
la discriminación porque se trata de procesos sociales que no
pueden reducirse a meros comportamientos individuales. De hecho,
nadie podría decir que nosotros inventamos las expresiones de
machismo, racismo, xenofobia, clasismo u homofovia que escuchamos
cotidianamente. Sin embargo, ahí está a nuestra
disposición y en cuanto bajamos la guardia, las oímos
salir de nuestra boca.


Las
expresiones cotidianas parecen verdaderas porque pertenecen al
sentido común. ¿Qué significa esto? Que por la
fuerza de la costumbre estas expresiones se nos suelen imponer sin
más, a veces inadvertidamente y no procuramos analizarlas.


 


Tolerancia
e indiferencia:


Aunque
tiene su origen en el pensamiento liberal, actualmente la tolerancia
se considera la actitud pacifica del ser humano frente a las
diferencias en otros individuos con los que convive. Sin embargo, si
la tolerancia implica cierto respeto de la libertad del otro, de sus
maneras de pensar y de vivir, ella significa al mismo tiempo admitir
la presencia del otro a regañadientes, la necesidad de
soportarlo o simplemente dejarlo subsistir.


A pesar de
esto, hoy en día la tolerancia se considera un valor o incluso
una virtud del ser humano.


Si la
tolerancia no equivale a la plena aceptación ni al
reconocimiento social del diferente, una opción posible es la
indiferencia. El mero hecho de la diversidad no impulsa a las
personas a interactuar, como nos muestra el que en algunos espacios
coexistan la diferencia sexual, de clase, étnica, y la
indiferencia en la vida cotidiana de sus protagonistas. En muchos
casos, la indiferencia es limitada y aunque parezca un contrasentido,
más pretendida que espontánea.


 


Ética
cristiana:


Si la
moral es el conjunto de comportamientos y normas que aceptamos como
válidos y la ética, en cambio, es la reflexión
de porque los consideramos válidos, cabe preguntarnos ¿Qué
alternativas o herramientas nos brinda una ética cristiana
para relacionarnos con el diferente?


Sin duda,
responder esta pregunta implica tanto una reflexión personal
como un diálogo comunitario que nos permita transformar los
modos de relación con el otro tal como están pautados
culturalmente hoy, y a la luz del evangelio de Jesucristo.


 


Marcelo
Rezende Guimarâes, Profesor en Pedagogía, Dr. en
Educación y Sacerdote de la Diócesis de Santa Cruz do
Soul, Brasil; en su libro “Um novo mundo é possível”,
reflexiona sobre buenas razones para trabajar la tolerancia.


El
problema de la discriminación es hoy un serio desafío
para la humanización de la especie humana.


La
discriminación y la intolerancia, como estructuras humanas, se
fundamentan en los preconceptos y estereotipos que producen.


Los
preconceptos son una opinión emitida anticipadamente, sin
fundamentarse en la realidad; en cuanto a los estereotipos
constituyen un conjunto de elementos que supuestamente caracterizan a
un grupo en su aspecto físico o moral. Tanto los preconceptos,
como los estereotipos, con su fuerza de falsear la realidad, parecen
estar arraigados de manera profunda en nuestra cultura.


Rechazar
la legitimidad de ambos permitirá que cada hombre, que cada
mujer tengan claras la razones para superarlos y practicar la
tolerancia.


¿Qué
sería del azul si todos gustáramos del rojo?


Escuchamos
esta frase frecuentemente, en diversos contextos, para justificar la
diversidad de opiniones y gustos. El problema de lo diferente agudiza
la racionalidad humana y muchas veces se vuelve razón y motivo
de conflicto. La cuestión fundamental escondida detrás
es hacer la diferencia entre las diferencias. Existen diferencias que
son legítimas y necesarias y existen diferencias que son
ilegítimas y degradantes.


Las
diferencias que no son legítimas son aquellas que pasan por
encima de la dignidad de cada ser humano, tal como está
afirmado en los primeros artículos de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos: todos los hombres nacen libres e
iguales en dignidad y derechos, sin distinción de cualquier
especie, sea de raza, color, sexo, lengua, religión, opinión
política u otra, origen nacional o social, riqueza, nacimiento
o cualquier otra situación. Todo hombre tiene derecho a al
vida, a la libertad y a la seguridad personal. Estas diferencias
ilegítimas e injustas no derivan de las características
propias de la especie humana, nacen de determinados acuerdos sociales
y culturales, negando una exitencia difn ay de iguales derechos para
todos. Todos tenemos una misma naturaleza humana y formamos parte de
la misma humanidad, todos tenemos la misma aspiración de ser
libres y de satisfacer nuestras necesidades básicas, todos
tenemos la necesidad de amar y ser amados y de buscar la felicidad.


Las
diferencias que son legítimas y válidas son las que
surgen de las características propias de los seres humanos o
del ejercicio libre de su voluntad.


Nacemos
dentro de un grupo étnico particular y en un ligar geográfico
específico, con un idioma propio y con costumbres cotidianas
peculiares. A lo largo de nuestra existencia desarrollamos creencias
religiosas, opiniones políticas, orientaciones intelectuales,
las cuales constituyen nuestra personalidad. Son esas diferencias que
hacen a nuestra identidad como personas y que conforman la variedad y
la riqueza de la vida humana y de la sociedad.


El
problema sobre todo se encuentra, cuando queremos uniformar las
diferencias que son legítimas y deseamos consagrar las
diferencias que son ilegítimas. La práctica de la
tolerancia no significa entonces, aceptar la injusticia social o
renunciar al respeto de los derechos humanos, pero si aceptar el
hecho de las diferencias legítimas.


La
tolerancia es al mismo tiempo, un deber de orden ético y una
necesidad política y jurídica.


Con
tolerancia el futuro puede ser mirado con esperanza.